El 25 de noviembre de 1996 fui internado de emergencia, víctima de neumonía. Dada la gravedad me suministraron suero, oxígeno y medicamentos, además me hicieron estudios las 24 horas del día. Al sentir la cercanía de la muerte, llorando, imploré a Dios por mi vida y al instante pensé: “¿Y para qué la quiero? ¿Para seguir siendo igual? ¿Y bajo qué méritos?”. Debido a esto, rectifique mi petición y dije: “¡Dios mío, si esta experiencia me va a servir para mejorar en la vida, adelante, si no, aquí estoy! ¡Hágase Tu voluntad!”. Esto es fácil decirlo cuando uno está sano o en un arranque emotivo, pero estando al filo de la navaja es algo que sólo quienes lo vivimos, sabemos lo que se siente dentro de uno. Después de tres días fue superado el problema de la neumonía, sin embargo, se presentaron complicaciones renales alarmantes. Por la noche, delirando, me vi en escenas apocalípticas, dantescas, que reflejaban partes de mi vida ingobernable, en esa lucha me sentí impotente. Sabía que sólo con la ayuda de Dios podría salir adelante y... amanecí. ¡Gracias a Dios! Al correr los días la situación se complicó. Apareció el fantasma del SIDA, la angustia y el miedo se acrecentaron y a través de implorar al Poder Superior, ¡sí, aquél que siempre negué, renegué y de quien blasfemé!, ante el que siempre asumí una actitud beligerante, ¡ese día me doblegué!. Sabía que no había más adonde ir o a quien acudir. ¡Aquí estoy Señor, en tus manos, hágase tu voluntad! ¡La que sea! Así llegó el 3 de diciembre (día de mi santo). El día 4 (cumpliendo mi 16º Aniversario en AA), me invadió la tristeza de vivir estos días en la cama de un hospital. ¡Nunca había estado así! Al reflexionar me di cuenta que estos días eran aquellos de los que me hablaban desde mí llegada al Grupo: ¡Los mejores días! ¿Por qué? Porque sin un Programa, y sin los valores de la recuperación, sería imposible aceptar y enfrentar, luchar con fe, esperanza y humildad ante esta situación. Así, la tristeza se fue transformando en alegría, pues a mi familia, amigos y compañeros de AA, no se les olvidó y fueron a felicitarme y a darme ánimos. Hoy, 31 de enero de 1997, aún sigo en tratamiento y un tanto delicado, pero ya en mi casa, limitado para muchas cosas, pero creo que con la ayuda de Dios y de mis compañeros podré superarlo. Debo mencionar, que esto ocurrió siendo servidor en un Distrito; por lo que me hice a un lado, hasta poder, ¡si Dios quiere!, servir de nuevo. Lo bueno es que siempre hay y habrá en AA compañeros deseosos de servir. Por lo tanto, sé que debo mejorar y avanzar en mi recuperación, ¡aprovechando así la maravillosa oportunidad de vivir estas 24 horas y estar preparado, para cuando el Poder Superior me llame!
Anónimo.