Me lo pronosticó el falsafaz: ¨en otoño los recuerdos le vendrán padrino¨.
Es la madrugada, yo solo... cuando afuera la hoja seca, vagamente, indolente, roza el suelo... nada sé, mucho espero...
En la horas del otoño como que todo recobró la calma en el centro de mi universo, mas bien eso quisiera; miré que todo cae al caer las hojas, mientras regresa el árbol a su raíz. Y el hombre a su ser, a su latir secreto. Mientras hay como un desmoronamiento fuera, una luz, cuasi una hoguera, se enciende en el adentro.
Vive la tierra el retiro de la fecundidad; en este tiempo la tierra se deja y se vuelve receptiva y acogedora. Creo que es otoño una estación preñada de energía y de la vida que es presa de su adentro, de su interioridad, de su seno. Aquí respira el follaje caído, la hoja escucha la ráfaga del viento; por fuera parece que estuviera muerta pero por dentro está llena de mensaje...
A tantos años de haber nacido y apenas hoy lo he podido vivir de tal manera. Este otoño particularmente no es preferentemente un asunto de climatología, es para mí, recuerdo y gestación; es paciencia con cierta impaciencia. Es despojo, desapego, transparencia; se caen las hojas y el bosque se volvió transparente. Cuando se caen las palabras, aunque el deseo esté intacto, cuando cesan las expectativas y viene el descanso, el alma se vuelve transparente.
En esta hora del otoño cuando la creación entró en un sueño y pasa hora y horas en la sombra, en la penumbra, en la oscuridad, acurrucada en el secreto abrazo de la madre tierra, yo ¨camino¨ con el otoño en el alma, siento a veces la tristeza: el fuego no me redime, ni me consuela, ni me aparta del deseo.
El otoño, evidencia de la muerte, y evidencia de la vida. El silencio evidencia del corazón, evidencia del amor, como que se apaga la vida; La realidad es que la vida se reúne y se congrega en el seno del silencio. Los árboles, las plantas ¨se duermen¨ para después renacer o mejor, despertar.
Ocurre cuando el tiempo se olvida de tonterías y se acepta sin más, cuando deja de coquetear con lo que ya no puede ser y se decide a sí mismo, a la arrogancia melancólica de sí mismo, dejarse llegar a los fríos improvisados y al viento. Ocurre una tarde cualquiera de temprano octubre si es un otoño serio y como Dios manda, o de octubre tardío casi noviembre, si es un otoño viejo-verde y galanteador, un otoño de esos que tanto pasan últimamente porque, como el alcohólico , quiere alargar su verano más allá de lo posible.
Ocurrió de repente. Miré a través de la ventana, y el día está en silencio. Llueve, y la luz no suena. Y el sol, el último sol del último verano, se hizo nudo en la garganta del paisaje.
Ocurrió sin querer –quiero decir, sin que yo lo esperara–. Miro a través del alma, y el mundo está en silencio; y nosotros estamos en silencio… Y el sol, el último sol de la última hazaña, se hace nudo en la garganta de mi vida. Que belleza ese árbol y el enfoque de los lugares lejanos, hartos de kilómetros pero muy cerca de mi corazón por el capricho de la vida que se empeña en extrañar esa persona que vive y late dentro y detrás de ese sentimiento.
En otoño todo es adentro. El silencio, una estación recatada, austera.
En primavera todo es afuera, es una exhibición espectacular, es un inmenso grito de la naturaleza cuando la tierra huye de su oscuridad y se abre, precipitadamente al sol.