La caridad es realmente el amor propio disfrazado de altruismo. Usted dice que es muy difícil aceptar que puede haber ocasiones en que usted no está realmente tratando de ser amoroso o confiado.
Simplifiquémoslo lo más posible. Hagámoslo tan brusco y tan extremo como sea posible, al menos para empezar. Hay dos tipos de egoísmo. El primer tipo es el que consiste en darme gusto de darme gusto. Eso es lo que generalmente llamamos egoísmo. El segundo tipo es el que consiste de darme el placer de agradar a los demás. Éste sería un tipo más refinado de egoísmo. El primero es muy obvio, pero el segundo está oculto, muy oculto, y por eso es más peligroso, porque llegamos a pensar que realmente somos maravillosos. Pero, al fin y al cabo, tal vez no seamos tan maravillosos.
Usted, señora, dice que, en su caso, vive sola, y que va a la parroquia y dedica varias horas de su tiempo. Pero también admite que lo hace por una razón egoísta -Usted necesita que la necesiten -y usted también sabe que necesita que la necesiten de una manera que haga sentir que está contribuyendo con algo al mundo. Pero también admite que, como ellos también la necesitan, es un intercambio. ¡Usted está a punto de entender! Tenemos que aprender de usted. Eso es lo correcto. Usted dice: "Doy algo, recibo algo". Está en lo cierto. Voy a ayudar, doy algo, recibo algo. Eso es bello. Eso es verdad, eso es real. Eso no es caridad, eso es el amor propio ilustrado. Y usted, señor, usted señala que en el fondo, el Evangelio de Jesús es un evangelio del egoísmo. Logramos la vida eterna por nuestros actos de caridad. "Venid, benditos de mi padre. Cuando tuve hambre me disteis de comer... etc.". Usted dice que eso confirma lo que dije. Cuando miramos a Jesús, dice usted, vemos que en el fondo sus actos de caridad fueron fundamentalmente actos de egoísmo, ganar almas para la vida eterna. Y usted ve eso como todo el impulso y el significado de la vida: el logro del egoísmo por medio de los actos de caridad Muy bien, pero vea usted: Usted está haciendo algo de trampa porque trajo la religión a este asunto. Eso es legítimo. Es válido. Pero ¿qué tal si hablo de los Evangelios, de la Biblia, de Jesús, hacia el final de este retiro? Por ahora diré esto para complicarlo aún más. "Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber", y ¿ellos que responden? ¿Cuándo? ¿Cuándo lo hicimos? ¡No lo sabíamos! ¡No tenían consciencia de ello! A veces tengo una horrible fantasía en la que el Rey dice: -Tuve hambre y me disteis de comer. Y la gente que está a la derecha dice: -Así es señor, nosotros lo sabemos. -No les estaba hablando a ustedes -les dice el Rey-No es así; ustedes no debían saberlo. ¿No les parece interesante? Pero ustedes saben. Ustedes conocen el placer interior cuando hacen obras de caridad. ¡Ajá! ¡Así es! Es lo opuesto de alguien que dice: "¿Qué tenía de extraordinario lo que hice? Hice algo, obtuve algo. No tenía ni idea de que estaba haciendo algo bueno. Mi mano izquierda no sabía lo que estaba haciendo mi mano derecha".
Miren: Un bien nunca es tan bueno como cuando usted no sabe que es bueno. O como diría el gran Sufí: "Un santo es santo hasta que lo sabe". Algunos de ustedes objetan esto, Ustedes dicen: " ¿No es el placer que recibo cuando doy, no es eso la vida eterna aquí y ahora?" No sabría decir. Yo llamo al placer, placer, y nada más. Al menos por el momento, hasta que hablemos de la religión, posteriormente. Pero quiero que comprendan algo desde el principio: que la religión no está -repito: no está-necesariamente conectada con la espiritualidad. Por favor, mantengan la religión fuera de esto por ahora. Muy bien, ustedes preguntan: ¿Qué decir del soldado que cae sobre una granada para evitar que ésta hiera a otros? ¿ y qué decir del hombre que se subió a un camión lleno de dinamita y lo llevó hasta el campo Norteamericano en Beirut? ¿Qué decir de él? "No hay amor más grande que éste". Pero los norteamericanos no lo consideraban así. Lo hizo deliberadamente. Era un hombre extraordinario. ¿No es cierto? pero les aseguro que él no pensaba lo mismo. Él creía que se iría al cielo. Así es. Lo mismo que el soldado que cayó sobre la granada. Estoy tratando de llegar a visualizar una acción en la que no esté el ego, en la que usted esté despierto y lo que hace, lo haga a través de usted. En ese caso, su acción se convierte en una celebración. "Hágase en mí". No estoy excluyendo eso. Pero cuando usted lo hace, estoy buscando el egoísmo. Aunque sea solamente: " Me recordarán como un gran héroe", o " Yo no podría vivir si no lo hiciera. No podría vivir con el pensamiento de que huí".
Pero recuerden, no estoy excluyendo el otro tipo de acción. Nunca dije que no hubiera ninguna acción en la que no esté el ego. Tal vez la haya. Tendremos que explorar eso. Una madre que salva a un niño -que salva a su hijo, dicen ustedes. Pero ¿a qué se debe que no salve al hijo de su vecina? Es el suyo. Es el soldado que muere por su país. Muchas de estas muertes me inquietan. Me pregunto: ¿Son ellas el resultado de un lavado de cerebro? Los mártires me inquietan. Creo que con frecuencia les lavaron el cerebro. A los mártires Musulmanes, a los mártires hindúes, a los mártires budistas, a los mártires cristianos ¡Les lavaron el cerebro! Ellos tienen la idea de que deben morir, de que la muerte es una gran cosa. No sienten nada, van derecho. Pero no todos ellos, de modo que escúchenme bien. No dije que todos ellos, pero tampoco excluiría la posibilidad.
A muchos comunistas les lavan el cerebro (ustedes están dispuestos a creerlo). Tanto les lavan el cerebro que están dispuestos a morir. A veces pienso que el proceso que usamos para producir, por ejemplo, a un San Francisco Javier, podría ser exactamente el mismo proceso utilizado para producir terroristas. Un hombre podría hacer un retiro espiritual de treinta días, y salir de él inflamado de amor a Cristo, y sin embargo, sin la menor consciencia de sí mismo. Ni la más mínima. Podría hacer sufrir, se cree santo. No pretendo hablar mal de Francisco Javier, quien posiblemente era un gran santo, pero era difícil vivir con él. Ustedes saben que era un superior terrible, ¡realmente lo era! hagan una investigación histórica. Ignacio siempre tenía que intervenir para deshacer el daño que este buen hombre hacía por su intolerancia. Hay que ser bastante intolerante para lograr lo que él logró. Adelante, adelante, adelante, adelante, sin importar cuántos cadáveres quedaban a la vera del camino. Algunos críticos de Francisco Javier defienden exactamente eso. Acostumbraba expulsar a los hombres de nuestra Compañía, y ellos apelaban a Ignacio, quien les decía: "Venga a Roma y conversaremos". Y, a hurtadillas, Ignacio volvía a recibirlos. ¿Qué tanta consciencia había en esta situación? Quienes somos para juzgar, no lo sabemos.
No estoy diciendo que no haya motivaciones puras. Estoy diciendo que ordinariamente todo lo que hacemos es en nuestro propio interés. Todo. Cuando usted hace algo por amor a Cristo, ¿es eso egoísmo? Sí. Cuando hace algo por amor a alguien, lo hace por su propio interés. Tendré que explicarlo: Imagínese que usted vive en Fénix y que alimenta a más de quinientos niños todos los días. ¿Lo hace sentirse bien? ¿Acaso esperaría que lo hiciese sentirse mal? Pero a veces ocurre. Y ello se debe a que algunas personas hacen cosas para no sentirse mal. Y llaman a esto caridad. Actúan por sentimiento de culpa. Eso no es amor. Pero a Dios gracias, usted hace las cosas por la gente, y eso le parece agradable. ¡Maravilloso!
Usted es un individuo sano porque actúa en su propio interés. Eso es sano. Resumiré lo que estaba diciendo sobre la caridad sin egoísmo: Dije que había dos tipos de egoísmo; tal vez debiera haber dicho tres. El primero es cuando me doy el gusto de darme gusto; el segundo es cuando me doy el gusto de agradar a los demás. Uno no debe enorgullecerse de eso; no debe creerse una gran persona; es una persona muy ordinaria, pero tiene gustos refinados. Sus gustos son buenos, no la calidad de su espiritualidad. Cuando era niño le encantaban los chocolates; ahora que es mayor le gusta una sinfonía, le gusta un poema. Tiene mejor gusto. Pero de todas maneras, está obteniendo su propio placer, con la diferencia de que ahora se trata del placer de agradar a los demás. Luego está un tercer tipo, que es el peor, cuando uno hace algo bueno para no sentirse mal. Lo detesta, está haciendo sacrificios por amor, pero se queja. ¡Ah! Que poco se conoce a sí mismo si cree que o hace las cosas de esta manera.
Si me dieran un dólar cada vez que hago cosas que me hacen sentirme mal, sería millonario. Ustedes saben cómo es: -¿Podría conversar con usted esta noche, padre? -Sí, ¡por supuesto! No quiero conversar con él y odio hacerlo. Quiero ver ese programa de televisión esta noche, pero ¿cómo le digo que no? No tengo el valor para decirle que no. "Por supuesto", y estoy pensando: "¡Dios mío y ahora tengo que aguantármelo!". Conversar con él no me hace sentirme bien, y no me hace sentir bien decirle que no, de modo que escojo el menor de los males, y le digo: "Muy bien, por supuesto". Me voy a sentir feliz cuando esto se acabe y pueda dejar de sonreírle, pero inicio la sesión con él. -¿Cómo está usted? -Maravillosamente -dice, y habla y habla sobre cómo le ha gustado este seminario. Y yo pienso: "Oh, Dios, ¿cuándo irá al grano?" por fin se concreta el asunto, y yo, metafóricamente, lo estrello contra la pared; le digo: -Bueno, cualquier idiota podría solucionar ese problema -Y lo despido. "¡Al fin me libré de él", digo. Y a la mañana siguiente, durante el desayuno (porque lamento haber sido tan descortés) me le acerco y le digo: -¿Cómo van las cosas? -Bastante bien, contesta, y luego agrega: Mire, lo que me dijo anoche, realmente me ayudó. ¿Podemos volver a conversar después del almuerzo? ¡Dios Mío! Ése es el peor tipo de caridad, cuando uno hace algo para no sentirse mal. No tiene el valor de decir que no quiere que lo molesten. ¡Quiere que la gente piense que es un buen sacerdote!
Cuando alguien manifiesta: " A mí no me gusta lastimar a la gente", yo le digo: " ¡No me diga! No se lo creo". No le creo a nadie que diga que no le gusta lastimar a la gente. Nos encanta lastimar a la gente, especialmente a algunas personas. Nos encanta. Y cuando es otra persona la que lastima a alguien, nos regocijamos. Pero no queremos nosotros mismos lastimar a otros ¡porque eso nos lastima a nosotros! Ahí lo tienen. Si somos nosotros los que lastimamos, los demás pensarán mal de nosotros. No nos apreciarán, Hablarán contra nosotros y eso ¡no nos gusta!.
A de M