Tengo treinta años y casi seis de permanecer en este lugar. Estoy a unos cuantos días de poder obtener mi libertad y hago conciencia de lo difícil que ha sido para mí, siempre acosado por un sinfín de problemas que poco a poco y con la aplicación del querer es poder, he efectuado un cambio de vida. Tuve que sentir dulces y amargas para poder ver mi verdad y la realidad. Recuerdo cuando ingresé al penal por tercera ocasión, idiotizado e ignorante, con las huellas recientes del alcohol marcadas en mi rostro. Era el inicio de una larga, cruel y amarga experiencia, que hoy podría catalogar de afortunada. Lo que tuve que vivir y sentir le da valor al presente. Cuando ingresé encontré aquí personas que conocí antes: La banda como la llamaba. En mi ignorancia, me daba valor a través de inmiscuirme con ellos; pero esto significaba tomar parte en las anomalías y desastres que se podían provocar a través de abusar del más débil: quitándoles ropa, dinero o algunas cosas de valor que pudieran tener; no nos importaba el dolor o el sacrificio que nuestros hechos significaban, teniendo que asumir complicidades absurdas. Haciendo uso de drogas y bebidas embriagantes que nosotros mismos nos ingeniábamos para conseguir; para así poder sacar el valor que no teníamos y ocultar el miedo que, en mi caso, me acosaba. Pasó el tiempo y llegó el día en que me dictaron sentencia, trasladándome al reclusorio. Atrás quedaba una etapa llena de problemas, hechos violentos e incluso algunos sangrientos, pero aún faltaba.
Vinieron castigos y apandos. En ocasiones tuve que caer en el chantaje y la inmoralidad para evadirlos y no llegar más lejos. Mi meta era llegar a ser temido y respetado a cualquier precio; tal vez, de alguna manera lo logré, pero tuve que pagar con golpes, humillaciones y apandos que poco a poco me fueron acabando, hasta hacerme sentir desesperación y miedo. Llegué a llorar como un niño en medio de la oscuridad. Esa es la verdad que tal vez nadie me creería.
Un día, mi madre dejó de venir y su ausencia fue, el inicio de lo más terrible, pues en realidad, la había visto por última vez. Tuvieron que venir otros apandos para que así llegara el momento de tomar una decisión, que hasta este momento la tengo firme. La de conocerme y aceptarme a mí mismo, y hoy hago esta confesión, porque así lo quiere Dios. Soy uno más que busca la tranquilidad, sabiendo que por medio de valores nuevos: La serenidad, unidad y fortaleza, la honestidad y la humildad, es posible vencer al orgullo y la vanidad. Así como a otros defectos de carácter que no me dejaban ver más allá de mis narices.
Hoy en día, les recalco que he descubierto lo importante que soy y el valor que tengo como persona, que además, amo a mi familia (que faltó poco para perderla). Pero gracias a Dios no sucedió así. Voy en busca de una nueva vida, voy a enfrentarme a mi realidad y para ello llevo una fe: creo en mi Ser Superior que para mí es Dios, para aceptarme tal y como soy solamente por el día de hoy.
Salvador.
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