Toda la semana se
anunció un maravilloso sábado 22 invernal en que la vida aún descansa, los árboles
están dormidos, las personas se abrigan como pueden y el sol aunque se asoma al
mundo con intenciones, no puede aún despedir el frio. Ese día prometía, era uno
de esos que se han destinado de antemano para ser vivido como Dios manda y, llegado
el momento, enfilar la blanca carretera que conduce al amplio salón, al
entrañable lugar en el que año con año, la conciencia del Grupo y la buena
voluntad institucional, le hacen brotar la fiesta y algo así como esperanzas
para la comunidad, a veces con excelentes resultados.
Llevaba conmigo el anhelo de siempre, ese eterno compañero mio, con la convicción de someterlo a una sesión mas de
compartimiento festivo, de allegarlo al amor al programa y así tener una cosa
más que compartir con la vida. Nos aparcamos junto a la enorme aula a gozar de
la fiesta con tostachos y gaseosas, mientras en el movimiento unos cuantos
compañeros impecablemente vestidos llevaban un buen rato corriendo, levantando
polvareda y tratando de meter en cintura todo lo necesario para el inicio de la
reunión. Como debe ser, me dije.
Impresionaban la pulcritud
en el vestir de los miembros del Grupo y la minuciosidad de detalles que conjuntaban
el diseño de los arreglos…
Llegado el momento,
no tan tarde como en otros lados, en el ¨banquillo¨, sentados a un lado del coordinador los cuatro expositores entre ellos una mujer joven, al otro lado el novato compañero que daría la bienvenida a
los asistentes; todos ellos completaban un cuadro nervioso y gesticulante.
Un auténtico lujo
que contrastaba en mi memoria con aquellos tiempos en que era un acontecimiento
disponer de un pequeño espacio de patio en una escuela primaria que más de una
vez había que estar acondicionando debido a su escaso y vejestorio mobiliario, a la par de batallar con algo que parecieran bocinas para el sonido...
En tales circunstancias es difícil no caer en la tentación de recuperar los
recuerdos y tratar de trasladarlos al Anhelo de uno.
Por aquel entonces,
amigos míos, a los alcohólicos nos gustaba volantear, llenar el barrio de
cartulinas e invitaciones a medio mundo. Por aquel entonces, queridos míos,
todo alcohólico tradicional que se
respetase traía a su borracho por información y estaba al pendiente de lo que
se necesitase, era una gloria verlo deponer sus deseos de prestigio y con el
pecho fuera, como lo hacía mi padrino Sockey, atender las solicitudes de los
que iban llegando.
Cierto es que como
individualistas, nos era difícil dejar
el papel protagónico a otro y apropiábamos todo lo que uno podía. y el otro se
dejaba, pero los recuerdos me dicen que
salíamos a servir desinteresadamente y disfrutar de aquella maravilla
irrepetible sin esperar, para nada, al futuro.
Y aquella mañana,
en el aula entrañable, de qué manera se estremecía mi memoria cada vez que el Joven-Delaware
y el resto del equipo, como posesos obedientes, echaban hacia adelante tratando
de realizar de la mejor manera su labor.
Se me sacudía el
alma viendo a aquellos recientes darse con todo, quejarse de nada…
Aquello no eran personas drogadas o alcoholizadas. Era una parvada de aves fuertes con aspecto liviano. Expertos en servir al que venía de fuera. Quién diría, que aquellos hubiesen sido tiempo atrás, maestrillos en el revolcón, teatreros, especialistas en todo tipo de mañas, duchos en calentar al personal, quejosos, malas lenguas, abusivos, y llegaría el día en que cuidarían – llenos de disposición y buena voluntad- de que sus invitados, especialmente los recién llegados estuvieran de verdad cómodos e informados.
Por el contrario y
muy a la usanza de algunos de por acá, están los compañeros entre comillas, especialistas en
la distorsión que están confundidos (según yo) y que no han aprendido a
diferenciar lo que es AA y lo que no es; los betoperros, los patodonalds, los pingalocas, los
primitivos; esos niñotes enfadados y malcriados. Lastimosamente en eso se han
convertido algunos. En niños muy enfadados y aburridos. Son los cachorros de
esos energúmenos que afónicos, congestionados, los azuzan desde la banca última
empujándolos al combate.
Son el pedacito de
las entrañas de esos autodenominados ¨maestros¨
que ponen en duda a gritos la honorabilidad y las costumbres del Delaware con
Programa, del vecino o de quien se tercie.
Son los alumnos de
esos zancarrones, de esos instructores
en ciencias o artes de las que entienden poco, que desde el fondo impecable de
sus complejos rebuznan a los nuevos (de esos conocemos también muchos en México)
Pero esos nuevos,
zancarrón… tus ahijados, están proyectados para crecer. Para actuar por necesidad.
Para divertirse viviendo.
No les anticipes la
película. No los conviertas en aburridos y renegados prematuros, que de eso, ya
se pagó el boleto.
Aún con eso, la
reunión cumplió con creces las expectativas, el propósito de informar fue logrado atinadamente por los encargados de hablar , familias
unidas disfrutando la fraternidad, pastel delicioso, mariachi y cena-baile en armonía y alegría sin faltar desde luego el descarrilamiento de algún instinto…
Y mi sentimiento, mi vieja emoción apareció de nuevo, como tantas veces, como aquella mi primera Junta de información en AA.
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