¨He llegado al primer villorio en la parte sur de las montañas. Aquí se inicia la vida verdadera, la aventura, el tipo de existencia que mas añoro: el viajar sin rumbo, reposar bajo la caricia del sol, deambular como vagabundo irrestricto, sin asomo de fronteras. Sin mayor preocupación me atengo a lo que llevo en mi morral y me olvido de lo gastado de mis ropas. Mientras bebía un vaso de vino, sentado en un jardincillo lugareño, recordé algo que mi amigo Ferruccio Busoni me dijo una vez ¨tienes un aspecto tan rústico...¨, pero noté en la inflexión de su voz un dejo de ironía. Esto sucedió en Zurich hace poco tiempo. Andrea dirigía un concierto de Mahler. Busoni y yo cenamos esa noche en nuestro restaurante acostumbrado, y yo gozaba al contemplar su rostro sereno, su espiritualidad tan alejada de los viejos complejos. Porque vienen ahora esos gratos recuerdos?
Reflexiono y comprendo, no es que recuerde a Busoni, ni a Zurich, ni a Mahler, es que son simples vías de escape de la mente cuando uno se enfrenta a lo desagradable, y entonces se recurre a imágenes sencillas, esporádicas, como la de la muchacha rubia, de frescas mejillas, a la que nunca le dirigí la palabra. !Era un ángel! La simple visión de la chica es aún para mi una mezcla de sufrimiento y gozo. !El amor de una hora de contemplación, en la que me sentí como un adolescente!
El bosquejo se aclara de repente. !Que bella, esplendente y feliz mujer, de la que ni siquiera recuerdo su nombre! y sin embargo, durante toda una hora estuve enamorado, y hoy, al recorrer esta soleada calleja del pueblo en las montañas, la vuelvo a amar una hora mas; sin importarme quién te haya podido querer como yo, el hombre que te dio poder sobre mi alma; pero estoy condenado a mentir, porque mi voz es falsa, porque yo no soy de los que aman a las mujeres, yo solamente amo al amor.
Nosotros, los aventureros somos así. Gran parte de nuestros devaneos y carencia de un lugar fijo para vivir se debe al amor, al erotismo. El romanticismo del vagabundo, por lo menos a medias, no es sino un anhelo de aventuras; pero la otra mitad representa otro tipo de anhelo -un impulso inconsciente de transformar y diluir lo erótico. Hay en nosotros un alto grado de sagacidad y somos capaces de desarrollar sentimientos imposibles de llenar, y el amor que en realidad debería pertenecer a una mujer, lo esparcimos con ligereza en pequeñas aldeas, en las montañas, lagos y valles, entra rapazuelas que encontramos por los caminos, limosneros instalados en el puente, entre vacas que pastan, entre pájaros y mariposas. Separamos el amor de su objetivo, el amor en si nos basta, del mismo modo que al vagar no buscamos una meta determinada, sino simplemente el placer de vagar, solo de peregrinar.
No, mujer joven, de rostro fresco, no quiero saber tu nombre. No quiero embelesarme y dar pábulo a mi amor por ti. Tú no eres la finalidad de mi amor, sino el despertar, el principio de amar. mi cariño lo doy a las flores que adornan las veredas, al reflejo del rayo del sol en mi copa de vino, a la comba elegante de la torre de la iglesia. Tú has hecho posible que ame al mundo.
!Pero vaya charla insulsa! Anoche, en mi choza en las montañas volví a soñar con esa joven rubia. Me sentí febrilmente enamorado de ella y hubiera dado todo lo que me resta de vida, junto con los placeres de mi vagabundear, solo por tenerla junto a mi. Al despertar el nuevo día no he dejado de pensar en ella, y en su honor bebo mi vino y como mi pan. A su memoria trazo en mi libro de apuntes bocetos de este pueblito y de la torre de su iglesia. Doy gracias a Dios porque vive, y tengo la oportunidad de verla. A ella voy a componer mi canción, luego me embriagaré con este vino rojo.
Y así es: el primer reflejo de paz en mi corazón, en estas tierras serenas del sur, es el anhelo esplendente de una mujer rubia que vive al otro lado de las montañas. !Que boca más fresca y hermosa de mujer! ! Y que bella también, que insipiente y mágica es nuestra pobre vida!¨.
Hermann Hesse
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