martes, 29 de noviembre de 2011

La farsa de la Caridad



La caridad es realmente el amor propio disfrazado de altruismo. Usted dice que es muy difícil aceptar que puede haber ocasiones en que usted no está realmente tratando de ser amoroso o confiado.
Simplifiquémoslo lo más posible. Hagámoslo tan brusco y tan extremo como sea posible, al menos para empezar. Hay dos tipos de egoísmo. El primer tipo es el que consiste en darme gusto de darme gusto. Eso es lo que generalmente llamamos egoísmo. El segundo tipo es el que consiste de darme el placer de agradar a los demás. Éste sería un tipo más refinado de egoísmo. El primero es muy obvio, pero el segundo está oculto, muy oculto, y por eso es más peligroso, porque llegamos a pensar que realmente somos maravillosos. Pero, al fin y al cabo, tal vez no seamos tan maravillosos.
Usted, señora, dice que, en su caso, vive sola, y que va a la parroquia y dedica varias horas de su tiempo. Pero también admite que lo hace por una razón egoísta -Usted necesita que la necesiten -y usted también sabe que necesita que la necesiten de una manera que haga sentir que está contribuyendo con algo al mundo. Pero también admite que, como ellos también la necesitan, es un intercambio. ¡Usted está a punto de entender! Tenemos que aprender de usted. Eso es lo correcto. Usted dice: "Doy algo, recibo algo". Está en lo cierto. Voy a ayudar, doy algo, recibo algo. Eso es bello. Eso es verdad, eso es real. Eso no es caridad, eso es el amor propio ilustrado. Y usted, señor, usted señala que en el fondo, el Evangelio de Jesús es un evangelio del egoísmo. Logramos la vida eterna por nuestros actos de caridad. "Venid, benditos de mi padre. Cuando tuve hambre me disteis de comer... etc.". Usted dice que eso confirma lo que dije. Cuando miramos a Jesús, dice usted, vemos que en el fondo sus actos de caridad fueron fundamentalmente actos de egoísmo, ganar almas para la vida eterna. Y usted ve eso como todo el impulso y el significado de la vida: el logro del egoísmo por medio de los actos de caridad Muy bien, pero vea usted: Usted está haciendo algo de trampa porque trajo la religión a este asunto. Eso es legítimo. Es válido. Pero ¿qué tal si hablo de los Evangelios, de la Biblia, de Jesús, hacia el final de este retiro? Por ahora diré esto para complicarlo aún más. "Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber", y ¿ellos que responden? ¿Cuándo? ¿Cuándo lo hicimos? ¡No lo sabíamos! ¡No tenían consciencia de ello! A veces tengo una horrible fantasía en la que el Rey dice: -Tuve hambre y me disteis de comer. Y la gente que está a la derecha dice: -Así es señor, nosotros lo sabemos. -No les estaba hablando a ustedes -les dice el Rey-No es así; ustedes no debían saberlo. ¿No les parece interesante? Pero ustedes saben. Ustedes conocen el placer interior cuando hacen obras de caridad. ¡Ajá! ¡Así es! Es lo opuesto de alguien que dice: "¿Qué tenía de extraordinario lo que hice? Hice algo, obtuve algo. No tenía ni idea de que estaba haciendo algo bueno. Mi mano izquierda no sabía lo que estaba haciendo mi mano derecha".
Miren: Un bien nunca es tan bueno como cuando usted no sabe que es bueno. O como diría el gran Sufí: "Un santo es santo hasta que lo sabe". Algunos de ustedes objetan esto, Ustedes dicen: " ¿No es el placer que recibo cuando doy, no es eso la vida eterna aquí y ahora?" No sabría decir. Yo llamo al placer, placer, y nada más. Al menos por el momento, hasta que hablemos de la religión, posteriormente. Pero quiero que comprendan algo desde el principio: que la religión no está -repito: no está-necesariamente conectada con la espiritualidad. Por favor, mantengan la religión fuera de esto por ahora. Muy bien, ustedes preguntan: ¿Qué decir del soldado que cae sobre una granada para evitar que ésta hiera a otros? ¿ y qué decir del hombre que se subió a un camión lleno de dinamita y lo llevó hasta el campo Norteamericano en Beirut? ¿Qué decir de él? "No hay amor más grande que éste". Pero los norteamericanos no lo consideraban así. Lo hizo deliberadamente. Era un hombre extraordinario. ¿No es cierto? pero les aseguro que él no pensaba lo mismo. Él creía que se iría al cielo. Así es. Lo mismo que el soldado que cayó sobre la granada. Estoy tratando de llegar a visualizar una acción en la que no esté el ego, en la que usted esté despierto y lo que hace, lo haga a través de usted. En ese caso, su acción se convierte en una celebración. "Hágase en mí". No estoy excluyendo eso. Pero cuando usted lo hace, estoy buscando el egoísmo. Aunque sea solamente: " Me recordarán como un gran héroe", o " Yo no podría vivir si no lo hiciera. No podría vivir con el pensamiento de que huí".
Pero recuerden, no estoy excluyendo el otro tipo de acción. Nunca dije que no hubiera ninguna acción en la que no esté el ego. Tal vez la haya. Tendremos que explorar eso. Una madre que salva a un niño -que salva a su hijo, dicen ustedes. Pero ¿a qué se debe que no salve al hijo de su vecina? Es el suyo. Es el soldado que muere por su país. Muchas de estas muertes me inquietan. Me pregunto: ¿Son ellas el resultado de un lavado de cerebro? Los mártires me inquietan. Creo que con frecuencia les lavaron el cerebro. A los mártires Musulmanes, a los mártires hindúes, a los mártires budistas, a los mártires cristianos ¡Les lavaron el cerebro! Ellos tienen la idea de que deben morir, de que la muerte es una gran cosa. No sienten nada, van derecho. Pero no todos ellos, de modo que escúchenme bien. No dije que todos ellos, pero tampoco excluiría la posibilidad.
A muchos comunistas les lavan el cerebro (ustedes están dispuestos a creerlo). Tanto les lavan el cerebro que están dispuestos a morir. A veces pienso que el proceso que usamos para producir, por ejemplo, a un San Francisco Javier, podría ser exactamente el mismo proceso utilizado para producir terroristas. Un hombre podría hacer un retiro espiritual de treinta días, y salir de él inflamado de amor a Cristo, y sin embargo, sin la menor consciencia de sí mismo. Ni la más mínima. Podría hacer sufrir, se cree santo. No pretendo hablar mal de Francisco Javier, quien posiblemente era un gran santo, pero era difícil vivir con él. Ustedes saben que era un superior terrible, ¡realmente lo era! hagan una investigación histórica. Ignacio siempre tenía que intervenir para deshacer el daño que este buen hombre hacía por su intolerancia. Hay que ser bastante intolerante para lograr lo que él logró. Adelante, adelante, adelante, adelante, sin importar cuántos cadáveres quedaban a la vera del camino. Algunos críticos de Francisco Javier defienden exactamente eso. Acostumbraba expulsar a los hombres de nuestra Compañía, y ellos apelaban a Ignacio, quien les decía: "Venga a Roma y conversaremos". Y, a hurtadillas, Ignacio volvía a recibirlos. ¿Qué tanta consciencia había en esta situación? Quienes somos para juzgar, no lo sabemos.
No estoy diciendo que no haya motivaciones puras. Estoy diciendo que ordinariamente todo lo que hacemos es en nuestro propio interés. Todo. Cuando usted hace algo por amor a Cristo, ¿es eso egoísmo? Sí. Cuando hace algo por amor a alguien, lo hace por su propio interés. Tendré que explicarlo: Imagínese que usted vive en Fénix y que alimenta a más de quinientos niños todos los días. ¿Lo hace sentirse bien? ¿Acaso esperaría que lo hiciese sentirse mal? Pero a veces ocurre. Y ello se debe a que algunas personas hacen cosas para no sentirse mal. Y llaman a esto caridad. Actúan por sentimiento de culpa. Eso no es amor. Pero a Dios gracias, usted hace las cosas por la gente, y eso le parece agradable. ¡Maravilloso!
Usted es un individuo sano porque actúa en su propio interés. Eso es sano. Resumiré lo que estaba diciendo sobre la caridad sin egoísmo: Dije que había dos tipos de egoísmo; tal vez debiera haber dicho tres. El primero es cuando me doy el gusto de darme gusto; el segundo es cuando me doy el gusto de agradar a los demás. Uno no debe enorgullecerse de eso; no debe creerse una gran persona; es una persona muy ordinaria, pero tiene gustos refinados. Sus gustos son buenos, no la calidad de su espiritualidad. Cuando era niño le encantaban los chocolates; ahora que es mayor le gusta una sinfonía, le gusta un poema. Tiene mejor gusto. Pero de todas maneras, está obteniendo su propio placer, con la diferencia de que ahora se trata del placer de agradar a los demás. Luego está un tercer tipo, que es el peor, cuando uno hace algo bueno para no sentirse mal. Lo detesta, está haciendo sacrificios por amor, pero se queja. ¡Ah! Que poco se conoce a sí mismo si cree que o hace las cosas de esta manera.
Si me dieran un dólar cada vez que hago cosas que me hacen sentirme mal, sería millonario. Ustedes saben cómo es: -¿Podría conversar con usted esta noche, padre? -Sí, ¡por supuesto! No quiero conversar con él y odio hacerlo. Quiero ver ese programa de televisión esta noche, pero ¿cómo le digo que no? No tengo el valor para decirle que no. "Por supuesto", y estoy pensando: "¡Dios mío y ahora tengo que aguantármelo!". Conversar con él no me hace sentirme bien, y no me hace sentir bien decirle que no, de modo que escojo el menor de los males, y le digo: "Muy bien, por supuesto". Me voy a sentir feliz cuando esto se acabe y pueda dejar de sonreírle, pero inicio la sesión con él. -¿Cómo está usted? -Maravillosamente -dice, y habla y habla sobre cómo le ha gustado este seminario. Y yo pienso: "Oh, Dios, ¿cuándo irá al grano?" por fin se concreta el asunto, y yo, metafóricamente, lo estrello contra la pared; le digo: -Bueno, cualquier idiota podría solucionar ese problema -Y lo despido. "¡Al fin me libré de él", digo. Y a la mañana siguiente, durante el desayuno (porque lamento haber sido tan descortés) me le acerco y le digo: -¿Cómo van las cosas? -Bastante bien, contesta, y luego agrega: Mire, lo que me dijo anoche, realmente me ayudó. ¿Podemos volver a conversar después del almuerzo? ¡Dios Mío! Ése es el peor tipo de caridad, cuando uno hace algo para no sentirse mal. No tiene el valor de decir que no quiere que lo molesten. ¡Quiere que la gente piense que es un buen sacerdote!
Cuando alguien manifiesta: " A mí no me gusta lastimar a la gente", yo le digo: " ¡No me diga! No se lo creo". No le creo a nadie que diga que no le gusta lastimar a la gente. Nos encanta lastimar a la gente, especialmente a algunas personas. Nos encanta. Y cuando es otra persona la que lastima a alguien, nos regocijamos. Pero no queremos nosotros mismos lastimar a otros ¡porque eso nos lastima a nosotros! Ahí lo tienen. Si somos nosotros los que lastimamos, los demás pensarán mal de nosotros. No nos apreciarán, Hablarán contra nosotros y eso ¡no nos gusta!.

A de M

jueves, 17 de noviembre de 2011

Acuerdense mañana...


Mañana es mi cumpleaños.
Me levantaré con un año más de VIDA, miraré el móvil y tendré unos cuantos mensajes de gente a la que tengo que agradecerles que se acuerden. Vendrán llamadas por teléfono, Doña Juana Regalado me cantará por teléfono “lash mañanitash” algunos de mis compañeros me preguntarán si hay algún plan, por ser mi cumpleaños. Les diré que el instinto de seguridad material de momento no está cubierto adecuadamente y que eso impedirá de alguna forma el festejo como yo quisiera. Pero èste ha sido un año formidable en algunas areas de mi vida.
Realmente el día que me da mas gusto cumplir años es cuando es aniversario de mi llegada a AA.
Años atrás pensaba “Mañana me levantaré, y me diré a mí mismo: Es mi cumpleaños. Tengo un año más, el día de hoy tiene que salir perfecto.” Es curioso cómo se siente uno cuando cumple años. Vas por la calle y te crees que todo el mundo debería tener la obligación de saber que es tu cumpleaños, que hoy deben tratarte de forma especial, porque es tu cumpleaños. Eres intocable. Si cae algún regalo de alguien, será lógico y lo aceptarás con gusto. Parece que uno se exige a sí mismo que, el día de su cumpleaños, el día debe salirle lo suficientemente bien como para que, al final del día, uno pueda acostarse con una sonrisa de oreja a oreja.
Paradójicamente no me siento tan viejo como antes, tal vez sea la aceptación. Muchos me dicen que me veo más joven y me siento tentado a darles un abrazo beso efusivo ante tal halago sin propósito – y a veces no me reprimo y se los doy (el abrazo) -
Ya son 53 años. Mañana será un día único como todos lo han sido en los últimos tiempos en el que me podré plantear tranquilamente si va bien la cosa, si avanzo, si este periodo de 365 días en el que he tenido 52 años ha sido positivo, si he aprendido algo realmente trascendente, algo que podré recordar con agrado. A estas alturas sigo despabilándome, haciendo esas cosas que deseo hacer, qué se que tengo que hacer.
Mañana será otro día, solo x hoy…
Hace tiempo descubrí que yo también necesitaba darme amor, así que hoy me amo mucho, me quiero, me respeto, me perdono y hasta me admiro.
Qué chingados!.... ¡¡¡¡FELÍZ CUMPLEAÑOS LADISLAO T!!!!
(ya ponte a trabajar…)

lunes, 7 de noviembre de 2011

Resistencia



Lo indudablemente cierto es que el ser humano sufre. Cualquiera que sea su condición hay sufrimiento para él. Este sufrimiento deberé entenderlo en profundidad. Sufrimiento es cualquier sensación, sentimiento, emoción o pensamiento de carácter displacentero – que no me agrada - . La existencia humana está salpicada de dolor: unas veces leves; otras, intenso. Aún el propio cese de placer, se toma como malestar o cualquier sutil manera del mismo: tedio, aburrimiento, desidia...
Nadie niega el placer. Hay placer, pero también dolor en sus diversísimas formas. El ser humano en general – no solo el alcohólico - es presa de la insatisfacción, el descontento, la angustia, la ansiedad, el sufrimiento psíquico y físico, la desolación, el desaliento y tantos otros modos de sufrimiento. Al placer sigue el dolor, e incluso placer y dolor pueden estar presentes a la vez en distintos niveles.
Placer y dolor caminan codo con codo. Se alternan con frecuencia. Son transitorios y vacíos, forman parte de la existencia humana. El hecho de que todo sea inestable, ya produce sufrimiento. Los conflictos y los problemas están fuera y dentro de uno mismo.
Nacer es sufrir, envejecer es sufrir, morir es sufrir; la pena, el lamento, el dolor, la aflicción, la tribulación son sufrimiento; estar sujeto a lo que desagrada es sufrimiento, estar privado de lo que agrada es sufrimiento. ¿Quién puede escapar a la enfermedad, la vejez y la muerte?
El sufrimiento no es gratuito, tiene una causa. Y la causa no es otra que la avidez, o sea el deseo egoísta, la codicia, el aferramiento, la "sed". El origen del sufrimiento es el deseo, que unido al deleite y a la pasión, persiguiendo el placer por todas partes, nos lleva una y otra vez a situaciones lamentables.
El deseo es inclinación hacia lo que nos causa o creemos que nos causa placer. Se convierte en apego y aferramiento. Es egoísta y dicta pensamientos, palabras y obras egoístas que engendran voluntades egoístas. Enredado en los apegos, el ser humano no pone su energía en la búsqueda de la libertad total. El ego es ávido y rapaz, siempre está alimentando deseos, actitudes egoístas, apego a todo lo material y lo inmaterial.
El deseo sensual viene a través de la inclinación de los sentidos y la mente hacia lo atractivo y placentero. Pero no es solamente la tendencia sedienta hacia los placeres sensoriales y los objetos materiales, sino hacia las opiniones, conceptos, ideas y puntos de vista. El ego se agarra a cualquier cosa, como una pertinaz enredadera.
Cuanto más apego existe, más neurótica demanda de seguridad de que persista y dure lo deseado, más miedo y servidumbre, más angustia, más temor a perder, más desolación cuando se pierde. Pero, por ignorancia de la realidad, me apego a todo y dejo mis mejores energías en ello. El apego me hipoteca y podría hasta llegar a “lo peor” por su culpa. Siembra discordias familiares y sociales; me hace fatuo y mezquino; me impide evolucionar. El ego, y el apego que genera, se convierten en el peor obstáculo hacia mi liberación definitiva.
Cuando surge una sensación desagradable, entonces el deseo se invierte y se genera la aversión, sea en forma de ira, odio, resentimiento, frustración o afín. Avidez y aversión, que dominan la mente humana, son dos de las raíces de la maldad. Una tercera raíz de dónde se alimenta el árbol del mal es la ofuscación o ignorancia, el no ver cómo son realmente las cosas.
Y siempre, los seres humanos actuamos de forma repetitiva: Hipersensibilidad, deseo, apego, hastío, frustración y desesperación, en suma, sufriendo y lamentando. ¡Cuántos inútiles afanes, disgustos innecesarios e insatisfacción!
Pero… nada dura, todo fluye, todo cambia – impermanencia - ¿a qué se puede uno aferrar? A la inteligencia y procurando el sano juicio. ¿Es posible?...desde luego.
"Del deseo nace el dolor y el sufrimiento”
Hay un estado donde el sufrimiento cesa. Mientras haya cuerpo físico seguirán surgiendo y desvaneciéndose las sensaciones agradables, desagradables o neutras, pero aquella persona que no las personaliza, no las siente como propias y tampoco se siente su sujeto. La mente ya no genera inútil sufrimiento.
Viendo de una manera lúcida la insatisfacción y el sufrimiento, viendo también sus causas, y asumiendo que es posible eliminar las causas y poner fin al sufrimiento, el ser humano sigue el camino del conocimiento propio que lleva a la paz. (Séptimo Paso)
Al ver la realidad de las cosas, tanto en el interior como en el exterior, y sin deseos de llegar a ser esto o aquello, puedo aprender a mirar más allá de las apariencias y ¿Por qué no? saborear el goce de "lo otro".
El deseo surge, lo cual es una reacción, una reacción sana, normal, de lo contrario estaríamos muertos. Pero en la constante persecución de ello hay dolor. Veo una bella persona, sería absurdo decir: "no, no es bella". Se trata de un hecho. Pero ¿Qué es lo que da continuidad al placer? Obviamente que es el pensamiento, el pensar al respecto, el darle rienda suelta a ese pensamiento sin detenerlo.
Pienso en ello. Ya no es la relación directa con determinado objeto, la cual es deseo, sino que ahora el pensamiento aumenta ese deseo pensando en el objeto, creando imágenes, representaciones, ideas... El pensamiento dice: debo poseerlo o no poseerlo, es esencial o no lo es para la vida.
Pero, puedo mirar eso, tener un deseo, y ahí termina todo, sin que interfiera el pensamiento, aún si interfiere, tendré la capacidad de detenerlo.